El cuidado comprende las acciones que realizamos para “mantener, continuar y reparar nuestro mundo de manera que podamos vivir en él tan bien como sea posible”[1], y tiene un poder tan cotidiano como revolucionario. Cotidiano porque es algo que hacemos todos los días por nosotros mismos y por los demás (de allí también su carácter empírico), y revolucionario porque al desnaturalizarlo como una actividad propia de las mujeres supone cuestionar todo el tejido social y familiar por el que nos hemos regido de manera casi natural a lo largo del tiempo, pues como bien lo dijo Silvia Federici “eso que llaman amor es trabajo no remunerado”.
Con respecto al cuidado, los estudios feministas han defendido que se trata de un trabajo y bajo esta categoría han cuestionado los esquemas de subordinación y remuneración en el que lo ejercen las mujeres, así como la urgencia por reconocer, reducir y redistribuir estos trabajos en la sociedad. En el marco de esa definición, se han creado categorías para comprender el cuidado como aquel que se desarrolla de manera remunerada y no remunerada, el trabajo directo e indirecto (que incluye actividades como cocinar o asear el hogar) y el trabajo cotidiano y sucio. La académica Pascale Molinier define este último como las actividades de cuidado que no resultan deseables y que se ocultan a la sociedad, tales como el aseo de las secreciones de las personas a quienes se cuida.
Otra línea de discusión que se ha abierto recientemente tiene que ver con la persona a quien se cuida, pues en los esfuerzos por precisar el cuidado pareciera que pudiéramos usar una misma definición sobre este, indistintamente de cuál sea el sujeto que se cuide. Estos estudios se han enfocado particularmente en el cuidado de la infancia, principalmente, por el impacto que ha tenido en la vida de las mujeres. Pero ¿es lo mismo asumir el cuidado de los niños a asumir el cuidado de los adultos mayores?
La preocupación por el cuidado de la vejez ha ganado importancia a propósito del envejecimiento poblacional que ha supuesto, no solamente el aumento de las personas mayores de 60 años, sino el incremento en la expectativa de vida, de lo que se desprende un gran esfuerzo médico y de cuidados. Sin embargo, los estudios que reflexionan en torno a la vejez siguen siendo escasos y hay pocos -aunque valiosos- análisis de lo que implica este proceso de envejecimiento poblacional para las mujeres. Son ellas quienes tienen mayores expectativas de vida y, por supuesto, quienes han asumido los cuidados para la población más envejecida.
Pero ¿qué significa la vejez y por qué resultaría importante pensarla como una categoría analítica distinta a la de la infancia en términos de cuidado? ¿vale realmente la pena pensar los cuidados para la vejez desde un punto de vista distinto al del cuidado de los niños?
Para la autora Agneta Stark[2], quien analizó la situación de los cuidados en países altamente envejecidos, el cuidado de los ancianos implica la atención para la realización de actividades que se pierden con el paso de los años y no conservan la promesa de retribución que tiene el cuidado de los niños. Esto supone una carga emocional distinta a la que se tiene con el cuidado de la infancia. De igual forma, otros estudios han resaltado las implicaciones en atención en salud y los costos y esfuerzos en materia de pensiones que supone el cuidar a un anciano[3].
De acuerdo con lo anterior, es posible evidenciar que el cuidado para la vejez implica tanto cargas individuales para las cuidadoras como políticas públicas distintas de las que exige la infancia. En materia de seguridad social, los esfuerzos por atender a la vejez se han enfocado en el sistema de pensiones y más recientemente en la atención de la salud y programas de asistencia social. Sin embargo, quisiera llamar la atención sobre las implicaciones individuales que tiene este cuidado para las mujeres.
En la hermosa novela de la escritora mexicana Laura Esquivel “Como agua para el chocolate”, el drama de Tita, la protagonista de la historia, es que conforme con la tradición, ella no puede casarse como corresponde a su deseo, sino que debe cuidar de sus padres en su vejez. Esta historia, aunque hoy pareciera arcaica, se sigue repitiendo, pues son las mujeres quienes han tenido que asumir el cuidado en la vejez de sus padres, esposos y familiares a pesar de sus propios proyectos de vida y sin poder tomar otra decisión al respecto. Esto se presenta debido a la naturalización del trabajo de cuidados como una obligación a cargo de las mujeres; a la falta de políticas públicas para la atención de la vejez; y al desarrollo del “principio de solidaridad” que indica que corresponde a la familia cuidar a sus familiares más necesitados.
Ahora bien, al reflexionar sobre la vejez me he encontrado frecuentemente con la frase “es que los viejitos son como niños” y quienes me lo han dicho defienden su postura mencionando situaciones anecdóticas como que les gustan los dulces, no hacen caso y “todo hay que hacerles”. Pero, esta asimilación infantiliza a los adultos mayores, desconoce su autonomía en las decisiones de cuidado, invisibiliza los esfuerzos que hacen las mujeres que cuidan a ancianos e ignora la urgencia por crear políticas públicas de atención integral para la vejez.
Ante las afirmaciones que hacen equivalentes la vejez a la infancia siempre pregunto ¿es igual cambiar el pañal de un niño que cambiar el pañal de un adulto mayor? Y allí el gesto, y la discusión toma otros rumbos.
Pensar el cuidado para la vejez supone entonces: 1. Replantear los prejuicios que tenemos frente a quienes seremos en el futuro, 2. Reconocer los costos que tiene este cuidado para las mujeres y, 3. Plantearnos en serio las implicaciones que tiene la ausencia de políticas públicas para la vejez en la sociedad.
[1] Tronto, Circles of care: work and identity in women’s lives.
[2] Stark, «Agneta . WARM HANDS IN COLD AGE – ON THE NEED OF A NEW WORLD ORDER OF CARE. Feminist Economics 11(2), July 2005, 7 – 36. Feminist Economics ISSN 1354-5701 print/ISSN 1466-4372 online a 2005 IAFFE http://www.tandf.co.uk/journals DOI: 10.1080/13545700500115811».
[3] Enriquez Rosas, «Feminización y colectivización del cuidado a la vejez en México»; Bazo y Acizu, «Family and Service Support».
Bibliografía
Bazo, Maria Teresa, y I Acizu. «Family and Service Support». En OASIS Old Age and Autonomy: The Role of Service Systems and Intergenerational Family Solidarity (Final Report)., de A Lowenstein y Jim Ogg. Israel: The University of Haifa, 2003.
Enriquez Rosas, Rocío. «Feminización y colectivización del cuidado a la vejez en México». Cadernos de Pesquisa 44, n.o 152 (junio de 2014). http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0100-15742014000….
Stark, Agneta. «Agneta . WARM HANDS IN COLD AGE – ON THE NEED OF A NEW WORLD ORDER OF CARE. Feminist Economics 11(2), July 2005, 7 – 36. Feminist Economics ISSN 1354-5701 print/ISSN 1466-4372 online a 2005 IAFFE http://www.tandf.co.uk/journals DOI: 10.1080/13545700500115811», s. f.
Tronto, Joan. Circles of care: work and identity in women’s lives. Nueva York: State University of New York Press, 1991.