Soy hija de Josefina, nieta de Teresa, bisnieta de Olimpia, tataranieta de Leonila, tataratatara-nieta de Pánfila, hermana de Abigail y soy sobreviviente de violencia digital.
Cuando tenía 18 años grabé un vídeo sexual con mi pareja, mismo que se viralizó sin mi consentimiento en diversas redes sociales y en más de 14 páginas de servidores de internet en todo el mundo. Conocí en carne propia lo que significa violar tu cuerpo sin ni siquiera tocarlo físicamente. Conocí lo que significa cada “like”, cada interacción sobre tu cuerpo desnudo postrado en una red social, y se siente como si te dividieran el cuerpo en pedazos, cada vez que tu intimidad es de dominio público a través de internet sientes como la primera vez y sientes siempre. Conocí a la ansiedad de despertarte con decenas de actualizaciones en todos los mensajes de personas conocidas y no conocidas diciéndote que has sido viralizada, todas esas expresiones llenas de humillaciones y ciberpersecuciones por tu cuerpo desnudo. Ser víctima de la violencia sexual digital es como poner tu cuerpo inerte, seco, hurgado, y manoseado por todos quienes tuvieran acceso a internet en una vitrina pública, que llama a la masificación de tu violación. No solo te viola quien hace público por primera vez ese vídeo sin tu consentimiento, sino te violan también la serie de cómplices, partícipes y coparticipes que interactúan en la viralización de este tipo de contenidos, ¡Te violan todos!
En el argot social, eres tú la culpable al no estar reconocido este tipo de violencia, pues es la conciencia patriarcal que nos encriptaron socialmente la que señala siempre a la víctima y no a su victimario, más si es sexual y eres mujer. El horror que instalaron sobre mí, que me llevó a tres intentos de suicidio, que dejaron cicatrices de por vida. Cuando apenas tenía 18 años y miles de miedos.
Ese momento de esa casi niña de 18 años, no es el mismo momento de la mujer que escribe ahora, la realidad de aquella época no es la misma realidad de ahora ya que, a partir de la devastadora pandemia del COVID-19, como sociedad nos es más fácil relacionar la extensión de nuestras vidas a los espacios digitales. Antes no era como ahora, que los organismos internacionales están muy interesados en resolver este tipo de violencia. Antes no era como ahora, que existen estrategias para borrar los contenidos de internet como “Stop NCII” [1] o la cláusula de equis X que te da la opción de denunciar ante las plataformas un contenido por “desnudos no autorizados”. Antes no era como ahora, que se habla al menos de sexting[2] en las escuelas. Éramos algunas pocas, muy públicas de cuerpo y muy culpadas de ser.
En Estados Unidos del norte le llamaban erróneamente a esta violencia “Revenge Porn” o “Porno venganza”, sinceramente nunca me sentí identificada con esta narrativa. En primer lugar, porque el porno no es sexo y no había un consentimiento. Y, en segundo lugar, porque justificar esta violencia como una venganza, además de que minimiza la afectación, revictimiza a las víctimas al decir que el efecto de violencia es una reacción a algo que hicimos las víctimas para que se vengaran de nosotras. Siempre me pregunté: ¿Venganza de qué?, ¿De amar, de confiar, de vivir mi sexualidad, de no tener educación digital?
Decirle -Pornovenganza- a la violación de tu intimidad sexual en medio digitales[3]es un concepto completamente machista y de carácter anglicista que lleva en muchas ocasiones a la tergiversación de la verdadera afectación a las víctimas y la justificación de la misma violencia en el actuar de las personas afectadas. Es un error retrógrado que vuelve a poner la responsabilidad en las víctimas y no en los agresores, sin contar que además cuando a mí me pasó, esto no estaba considerado como violencia y tampoco era un delito en México, mi país, y; por supuesto, tampoco en los países de América Latina.
Ser sobreviviente de violencia digital es como si te pusieran un tatuaje en la piel que te estigmatiza y el que nunca podrás borrarte. Despiertas con decenas de solicitudes en redes sociales principalmente de hombres que te piden ese video que han viralizado, se burlan, te enganchan, te culpan, te cosifican, te desnudan y te humillan todas las veces que quieren, desde la comodidad de sus móviles y sin ninguna restricción. La nueva quema de brujas hoy se da en redes socio digitales, las hogueras son Facebook, Instagram, Tik Tok, cualquier red social digital dentro de cualquier plataforma virtual que almacena los servicios de búsqueda, donde lo humano se convierte en un producto. Te lapidan en el centro de la toma de decisiones algorítmicas mientras todos te agreden en la comodidad de su casa y tú solo te sientes culpable con ganas de regresar el tiempo para evitar el “error” que te dijeron que cometiste al grabarte. Te hacen aborrecer tu cuerpo, repudiar tu cara, tu nombre, tu piel. Creo que hubiera deseado tener la oportunidad de quitarme esta mascara humana y ponerme otra cara para que al salir a la calle la gente no me juzgara.
¡Qué brutal! La forma como percibimos este tipo de violencia es tan patriarcal, que, aunque éramos dos personas exhibidas desnudas en ese video sexual (mi novio y yo), era solo yo, mi cuerpo, mi nombre y vida reducida a un objeto sexual señalado por la culpa y el desprestigio. Me llamaron “La gordibuena de Huauchinango”, el pueblo donde nací y crecí en la sierra norte de Puebla México. Me dijeron puta, me marcaron para siempre.
Con mucha falta de información, pero con la esperanza de que las autoridades de México pudieran ayudarme, decidí ir a denunciar; sola, ingenua, chiquilla y con mi dignidad hasta el suelo, pero con un cartel del gobierno en la mano que decía: – ¡Denuncia ante la violencia hacia las mujeres no estás sola!, que me daba valor para buscar justicia del Estado. Me enfrente a un sistema atrasado, revictimizante. Entré a la oficina del ministerio de justicia, me senté en aquella mesa de madera en condiciones paupérrimas y le dije al Ministro que deseaba hacer una denuncia por la difusión de un vídeo sexual que no había autorizado. El me miró, se río de mí y me pidió enseguida el video sexual con un tono sarcástico: –Enséñame el vídeo– me dijo.
Yo tonta, ingenua, saqué mi teléfono celular donde tenía almacenada la publicación que hicieron en Facebook y se lo entregué. Mientras él ponía “play” a ese vídeo de un minuto con treinta segundos llamó a todos los cercanos; policías, secretarios, escribientes. Todos delante de mí veían mi cuerpo desnudo a través de la pantalla de mi celular con una cara de morbo que jamás olvidaré, mismas caras que he aprendido a ver a lo largo de los años de mi existencia como activista, pues cuando cuento mi experiencia para tratar de hacer conciencia, esas caras de burla regresan, no cesan en cada lugar, en cada país, en cada espacio. A una no se le informa que te vuelves activista con tu propia historia. Y ahí seguí, al terminar de ver ese vídeo el ministro de justicia me pregunto: – ¿Y… estabas borracha cuando grabaste este vídeo? -. ¿Estabas alcoholizada, inconsciente? ¿o grabaste este vídeo porque tú querías? -. Le respondí que sí, estaba consciente de grabarlo en el espacio íntimo pero que nunca quise que esto fuese de carácter público. Se río de mí, me levantó dos libros: uno era el Código Penal de México y otro era la Constitución, los hojeó, y me insistió en que le señalara la página, el artículo o el precepto donde se encontrará un párrafo que dijera que lo que estaba intentando denunciar era una violencia, un delito, un crimen, una falta administrativa siquiera. No supe que hacer, mientras bajé la mirada él insistió: – ¿Eres mayor de edad? Respondí que sí, mientras descartaba tipificar por el delito mal llamado Pornografía infantil. Terminó diciéndome que él no podía hacer nada porque lo virtual no era real y lo que a mí me había pasado yo lo había provocado.
Salí de esa oficina humillada, con la poca fuerza que me quedó intenté sin éxito el primero de tres suicidios a lo largo de mi vida, porque estaba siendo víctima de una violencia que ni siquiera existía en los códigos penales; que ni siquiera era visible en los lenguajes y de la que no podía demostrar con pruebas tangibles más allá que una publicación en el celular. Era yo, era mi cuerpo, pero no era real para las leyes por ser virtual.
De ese vídeo hasta la fecha han pasado varios años, me hice más fuerte gracias a mi madre, que no me juzgó, que no me culpó y decidió revindicar mi nombre. Conocí entonces a más mujeres que al igual que yo habían sido víctimas de una violencia a la que le pusimos un nombre: La violencia digital, y con semanas enteras de tener miedo de mi rostro, de mi salida pública, de mi cuerpo y de mi existencia, el encierro y la digna rabia de saber que había más mujeres en las mismas condiciones en las que yo encontraba me hizo tomar conciencia y decidí actuar. Redacté hoy la primera reforma en América Latina que reconoce a la Violencia Digital y castiga la difusión no autorizada de contenidos íntimos sexuales, reforma mejor conocida como la Ley Olimpia[4].
Nos reunimos decenas de víctimas y formamos defensoras digitales. Investigamos, estudiamos, redactamos y creamos mecanismos para el apoyo a más mujeres que al igual que yo habían vivido esta violencia pero que a diferencia de mí no contaron con la suerte de tener una familia como la mía que sí las apoyara, y en su lugar sus mismas familias las culparon y señalaron. Pero nosotras decidimos luchar y hoy impulsamos la Ley Olimpia en toda América Latina, recorrimos los 32 Estados de México, las provincias de Argentina, Congreso por Congreso, sala por sala, con recursos propios y desde la autonomía. Llegamos a Panamá, a Colombia y a Ecuador.
La Ley Olimpia jurídicamente es un conjunto de reformas legislativas encaminadas a reconocer las violencias digitales con perspectiva de género, y además crea la tipificación de los delitos contra la intimidad sexual, lo que significa que dicta una responsabilidad con penas de hasta 9 años de cárcel y multas económicas a quien difunda, produzca, almacene, intercambie o haga circular imágenes, audios, o cualquier contenido íntimo sexual, real o alterado de una persona sin su consentimiento a través de cualquier medio digital. Esta tipificación fue marcada como un hito por la Organización de las Naciones Unidas en el año 2021 y además representa un cambio en las legislaciones impulsadas desde las sobrevivientes de esta violencia que pone en el centro de la protección a las víctimas responsabilizando a los agresores. Esto es tan importante porque revindica nuestra identidad y nuestros cuerpos, pue no somos nosotras las que debemos de escondernos, sino nuestros agresores, no somos nosotras las que debemos de tener miedo, no es nuestro cuerpo desnudo el que debe ser señalado y culpado sino el agresor sexual digital, y ahora con una ley ya no solo lo decimos nosotras, ya lo dice la ley y esta es la primera justicia que representa: Creerles a las víctimas.
La Ley Olimpia está a punto de ser una realidad en Colombia y convertirse el en cuarto país en el mundo en aprobar esta reforma para que logremos que la justicia que nosotras no tuvimos, la tengan otras niñas, sus hijas, las hijas de sus hijas y todas las generaciones de mujeres. En la voz poderosa de Ana Rogelia Monsalve presentamos la Ley Olimpia en el Congreso de Colombia una legislación que propone modificar la ley 1257 de 2018, para reconocer el concepto de violencia digital, fijar medidas de prevención, actuación y educación digital, así como también es una reforma al código penal para sancionar las conductas relacionadas con la distribución de contenidos íntimos sexuales no autorizados, incluidos los de inteligencia artificial.
Entendimos que no somos nosotras como víctimas las que debamos escondernos, no es a nosotras a las que deban señalarnos ni culparnos, decidimos revindicar nuestras propias historias para que las infancias de hoy sepan que esta violencia existe y se puede prevenir. Hemos presentado 3 informes de Violencia Digital para la creación de políticas públicas. Incluso, a raíz de esta legislación existe en México la primera Unidad Especializada en investigación de delitos contra la intimidad sexual digital, y gracias a Aura Chat IA y con el amor colectivo logramos programar la primera inteligencia artificial única en el mundo para atender casos de violencia digital 24/7 y brindar una red de apoyo digital. Hicimos nuestra inteligencia artificial rompiendo el monopolio tecnológico y la llamamos Ley Olimpia IA[5].
Antes de ley Olimpia cuando se hablaba de delitos digitales, los ataques reconocidos eran solo los relacionados en materia económica financiera, como robo de identidad, robo de tarjeta habiente, fraudes interbancarios, etc. Después de Ley Olimpia a la violencia digital se le considera también la violación d ellos derechos humanos de las personas en los espacios digitales. Nosotras no inspiramos una ley, hicimos una ley. Gracias a la fuerza que como víctimas y ahora como sobrevivientes tenemos para salvarnos a nosotras mismas y poder salvar a otras mujeres. Entendemos la Ley Olimpia no como una reforma legislativa, sino como un movimiento político que aspira a que las niñas y las mujeres estén seguras también en internet. La ley Olimpia es un conjunto de reformas encaminadas a reconocer y darle una responsabilidad compartida a las plataformas digitales ante los casos de violencia digital. Pero no es solo un conjunto de reformas, sino una acción colectiva desde la resiliencia amorosa que le demuestra al mundo que las mujeres latinas somo hacedoras. La Ley Olimpia aplica para hombres y mujeres y es un movimiento pionero, en español, en los lenguajes de nuestros territorios.
En Colombia al igual que en otros países, iniciamos este camino desde las voces de las compañeras que luchan, las colectividades de mujeres y sobre todo las víctimas. Así conocimos a Cami, que por primera vez habló de lo que le sucedió el día que presentamos ante el Congreso esta reforma. Pero, también conocimos a Sofía que tuvo que huir de Colombia porque en su escuela la señalaron a ella y no a su agresor. Con poderosa fuerza Sandra decidió cambiar el miedo de bando, ella resistió a un concurso de violencias digitales y con lágrimas en los ojos empezó a militar en esta lucha.
La Violencia Digital afecta más a las mujeres en comparación con los hombres. Según el informe de violencia digital Mx, representa el 89.9% de las victimas a las mujeres. Y los estragos van desde los daños psicológicos, emocionales, sociales, políticos y hasta los físicos. Muchas de las víctimas ven truncados sus estudios, trabajos, libertad, movilidad e ingresos al ser ellas las estigmatizadas. Representa un daño a la propia vida como muestra el doloroso caso de Julissa Jaquelín quien se ahorcó en Monclova Coahuila después de la difusión de un vídeo sexual.
Yo estoy viva, gracias a una mamá que no juzgó y decidió apoyarme, pero esa no es la mima historia de las protagonistas de los vídeos y fotografías que se almacenan, comparten y compilan en los más de dos millones de mercados de explotación sexual digital que existen en América Latina[6].
En Colombia hay hasta 10 categorías en estos mercados de explotación sexual digital donde se intercambian los paquetes de fotografías no autorizadas, práctica mejor conocida como: “rolar los packs o intercambiar las nudes”. Y es que los agresores virtuales se han profesionalizado tanto que hasta para producir y distribuir este tipo de contenidos han creado su propio lenguaje.
Los mercados de explotación sexual deshumanizan y nos colocan en categorías que varían desde la publicación de videos grabados en hoteles, moteles y baños públicos con cámaras escondidas, o fotografías de niñas caminando por la calle a las que les graban “por debajo dela falda” sin que ellas se den cuenta; y, hasta imágenes de desnudos creadas con Inteligencia Artificial. Todo esto para el caso de mayores de 18 años no tiene una sanción adecuada en Colombia por lo que diversas organizaciones y colectivos de mujeres junto la generosa firma de más de 30 legisladores y legisladoras estamos impulsando la Ley Olimpia en Colombia. La cual esperamos sea aprobada en periodo ordinario de sesiones, no sin nosotras.
Hablar de violencia digital es hablar de una violencia que traspasa fronteras, espacios y medios comisivos. Hablar de violencia digital, es hablar de diversas manifestaciones que dañan la privacidad, la intimidad, la seguridad y la vida digna de las personas en los espacios no tangibles: -las nuevas tecnologías de la información y la comunicación-. Esta violencia es real, pero en el mundo que organiza su información con algoritmos sesgados y patriarcales aún se visibiliza como algo con menor valía.
A raíz de la pandemia del COVID -19 las personas tenemos mayor claridad de la extensión que significa nuestra vida virtual. Dependimos de la virtualidad para comunicarnos, trabajar, socializar, y hasta interactuar sexualmente con la pareja. Todas estas acciones nos gusten o no, las aprobemos o no, estemos de acuerdo con ellas o no, existen y demuestran una extensión de nuestra vida al espacio digital que se ha masificado a la llegada de los contenidos y facilidades multimedia. Nosotras ya habíamos hecho visible la importancia de ver la virtualidad como un tema de agenda pública mucho antes del Covid -19 que colapsó nuestro mundo, lo hicimos porque para nosotras como víctimas hubo otra pandemia que nos limitó nuestra libertad y nos mantuvo presas de nuestro propio cuerpo y encerradas en nuestras casas, como lo es el machismo en línea.
Internet no es un espacio neutral, presenta sesgos importantes desde su origen y creación. A pesar de que fue una mujer: Augusta Ada Lovalce quien creó por primera vez en el siglo XIX un algoritmo de programación informática y a la que le debemos la programación moderna, siendo ella la primera programadora de la historia de la humanidad, su nombre y su aportación fue captada por el rezago de la memoria colectiva del reconocimiento de las mujeres. Fueron manos en femenino quienes programaron la primera ecuación algebraica de lo que hoy conocemos como algoritmo informático, pero son al menos cuatro “señoritingos del internet” en todo el mundo quienes tienen en su poder el control del flujo de datos e información que hay en todos los espacios virtuales.
Querida lectora, querido lector, agradezco profundamente la oportunidad de dirigirme a ti desde mi perspectiva como mujer y sobreviviente de violencia digital para argumentar el porque tenemos una brecha digital en los países de América Latina y el Caribe que merma en proporciones inimaginables la vida digna de las personas que habitamos internet, y que afecta a todas las personas, pero que de manera desproporcional se ensaña en contra las mujeres y en contra de las niñas. El entendimiento de la violencia digital de género presenta diferentes tabúes como lo son:
- Pensar que lo virtual no es real porque estas manifestaciones de violencia al tener un medio comisivo específico de datos digitalizados y tecnologías de la información y comunicación dentro del espacio digital no son entonces reales porque no las puedes ver y no las puedes tocar, aunque presenten una extensión de la vida humana.En nuestros sistemas jurídicos, por ejemplo, es casi requisito llegar a los Ministerios de justicia golpeado para que te crean que fuiste víctima de un asalto, o tienes que llegar presentando semen en la vulva para que te crean que fuiste violada. Ahora imaginemos que una persona llega al Ministerio de justicia pidiendo que le canalicen por una violencia digital que en primer lugar no está reconocida en nuestros marcos legales y, en segundo lugar, no es algo que puedas probar de forma tangible y material, por ser esta de un medio comisivo digital. En conclusión, termina ganando la narrativa de pensar que lo virtual no es real. Por esta motivación una de las consignas que tenemos en la lucha por la Ley Olimpia es: “LO VIRTUAL ES REAL”.
- Culpar a las víctimas, sobre todo, de la Violencia Sexual Digital. Como la difusión y producción no consentida de imágenes sexuales a través de internet y otras tecnologías como la inteligencia artificial no está contemplada jurídicamente, lo que penaliza la Ley Olimpia como “Violación a la Intimidad Sexual”, no es algo nuevo. Por ejemplo, una de sus primeras prácticas se viralizó de forma análoga con la distribución de material grabado sin consentimiento dentro de hoteles y moteles en películas VHS que se distribuía en las principales urbes sin ningún tipo de sanción. Desde los años ochenta y noventa ya se podría hablar de la violación de nuestros cuerpos a través de tecnologías de masificación, pero nadie lo legisló porque desde mi punto de vista este tipo de violencia presenta al menos dos tipos de estigmatizaciones: el material al pensar que es virtual y no es real, y la sexual del tabú, que representa cuerpos de mujeres de las que se presume culpables y de las que las condiciones sociales y hegemónicas les ha dado un valor de objetos.
Ley Olimpia es muchísimo más que solo una Ley, pues representa muchísimo más que solo un cambio legislativo. Es perfectible, mejorable, debatible por supuesto y necesaria. Fuimos las primeras en ponerle un nombre a la violencia digital y defenderemos nuestro territorio, nuestro cuerpo y dignidad también en los espacios digitales porque es necesario posicionarnos, tomar las tecnologías, cambiarlas o en su caso hacerlas de nuevo con una visión que integre a todas las personas y sus contextos. Hacemos el llamado al Congreso de Colombia a escuchar nuestras voces, a ponerse de nuestro lado a citar a sesión a las comisiones necesarias para dictaminar y aprobar la Ley Olimpia como el primer paso de reparación de las más de tres mil mujeres que han sido víctimas de violencia sexual digital, pues hasta la redacción de este texto aún no se ha aprobado en Colombia.
En esta lucha soñamos con que un día nos pregunten las nuevas generaciones de niñas y niños si es que es verdad que en el año 2024 no había una Ley que reconociera la violencia digital; si es verdad que en el año 2024 aún se culpaba a las víctimas y no a sus agresores, si es verdad que en nuestros tiempos todavía las personas pensaban que no era importante legislar en la materia y si es verdad que todavía se estigmatizaba a las personas por luchar por los derechos humanos dentro de los espacios digitales. Y, que les digamos a esas infancias que sí, que es verdad que todo lo anterior pasaba, pero que eso ha quedado atrás, que ya es muy “retrógrado” pensar en ello, que ahora tenemos una internet con otra visión: la nuestra.
Hacemos el llamado al Congreso de Colombia a escuchar nuestras voces, a ponerse de nuestro lado a citar a las comisiones necesarias para dictaminar y aprobar la ley Olimpia como el primer paso de reparación a las víctimas de la violencia sexual digital porque lo virtual es real.
¡Queremos estar seguras también en internet!
[1] Stop NCII es una herramienta gratuita diseñada para ayudar a las personas que han sido víctimas de la difusión de sus imágenes íntimas sin su consentimiento.
La herramienta funciona generando un hash o huella digital única a sus imágenes / videos íntimos. El hash, o huella digital única, se coloca al usar un algoritmo para asignar un marcador específico o hash único a una imagen o video. Todas las copias duplicadas de la imagen o video tienen exactamente el mismo marcador específico o hash. Por esta razón, a veces se la denomina “huella digital”. StopNCII.org luego comparte el hash con las empresas participantes para que puedan ayudar a detectar y eliminar las imágenes o videos que coincidan con el hash para que no se compartan en línea. https://stopncii.org/?lang=es-mx
[2] Sexting: Envío o intercambio de imágenes o mensajes de texto con un contenido sexual explícito a través de un dispositivo electrónico, especialmente un teléfono celular.
[3] Violación a la Intimidad Sexual Digital: Las siguientes son conductas que atentan contra la intimidad sexual: Video grabar, audio grabar, fotografiar o elaborar videos reales o simulados de contenido sexual íntimo, de una persona sin su consentimiento o mediante engaño. Exponer, distribuir, difundir, exhibir, reproducir, transmitir, comercializar, ofertar, intercambiar y compartir imágenes, audios o videos de contenido sexual íntimo de una persona, a sabiendas de que no existe consentimiento, mediante materiales impresos, correo electrónico, mensajes telefónicos, redes sociales o cualquier medio tecnológico. http://ordenjuridico.gob.mx/violenciagenero/LEY%20OLIMPIA.pdf
[4] Ley Olimpia Nombramos Ley Olimpia tanto al movimiento, como a las reformas legales con perspectiva feminista en materia de violencia digital que impulsamos. La Ley Olimpia es un movimiento político de mujeres sobrevivientes de violencia digital y aliadas, que nos unimos para hablarle al mundo desde nuestros territorios, nuestras voces y nuestras historias personales.https://leyolimpia.com.mx/
[5] Ley Olimpia IA es una inteligencia artificial programada por sobrevivientes de violencia digital que funciona para brindar acompañamiento y asesoría en casos de violencia digital. Funciona a través de un Smart Bot como red de apoyo digital. Fue creada por Defensoras Digitales de América Latina y AURA CHAT IA. https://www.youtube.com/watch?v=e5Redn9N5Ns
[6] Mercado de Explotación Sexual Digital: Son espacios virtuales, públicos y privados donde se intercambian y publican contenidos íntimos sexuales de las personas sin su consentimiento. Basados en la pornografía hegemónica, mainstream, gratuita, que las juventudes encuentran al alcance de un clic,
se despliega una oferta ilimitada de categorías en las que encasillan y reducen a las mujeres y sus cuerpos a objetos de consumo masculino, mostrándolas siempre en papeles estereotipados de sumisión, humillación y violencia, cumpliendo las premisas que abren la puerta a una cultura de la violación. https://leyolimpia.com.mx/wp-content/uploads/2024/10/FNSDG_Reporte2022_DICIEMBRE2022_compressed.pdf