Llegué a la teoría porque estaba herida -el dolor que sentía era tan intenso que no podía seguir viviendo-. Llegué a la teoría desesperada, queriendo comprender -aferrar lo que sucedía a mi alrededor y dentro de mi-. Sobre todo, quería que la herida desapareciera. Veía en la teoría, entonces, un lugar de sanación”[2]
¿A qué nos referimos en medio de un aula feminista cuando decimos que la clase no es lo suficientemente teórica? ¿Qué es lo que diferencia al feminismo de otras teorías? Y finalmente, ¿por qué considero tan valioso el feminismo? Estas preguntas retumban en mi cabeza mientras intento articular una respuesta a nivel de la mente, pero sobretodo a nivel del cuerpo.
“Lo personal es político” es uno de los eslóganes más reiterados y potentes del feminismo. De esos que vemos pintados sobre los cuerpos de mujeres que salen sin camisa a protestar hoy en día, pero que empezó a usar Carol Hanisch y feministas de la segunda ola en los sesentas y setentas. Esta frase señala precisamente la conexión entre las experiencias íntimas y privadas y la esfera más amplia de estructuras legales, sociales y políticas que nos rodean. Pero no es solo una frase desde la estrategia, desde las marchas y el activismo. Es también un eslogan que conecta con la teoría, una teoría que se construye sobre lo personal, sobre las múltiples experiencias encarnadas en los cuerpos.
La primera vez que leí un texto sobre derechos de las mujeres fue en una clase de Ciencia Política a los diecinueve años. Era un escrito sobre la ley de cuotas por Isabel Cristina Jaramillo. Ese día sentí una curiosidad que iba más allá de lo mental. Una punzada en el centro de mi pecho, entre emocional y corporal me atravesó, haciéndome sentir la injusticia que había guardado por años frente a todas aquellas mujeres silenciadas que había visto en mis entornos cotidianos. Ese texto de participación política, aparentemente inofensivo, fue mi entrada a las teorías y las prácticas feministas. El inicio de un despertar de conciencia sobre mi propia vida y la de quienes me rodeaban que conectó con aquello que he entendido, sentido y experimentado en mi mente y en mi cuerpo.
Luego me adentré en teorías feministas, en una clase que llevaba el mismo nombre en la Escuela de Derecho de Harvard. Para mí, aunque el libro de casos que contenía el pensamiento de una cantidad de autoras y apartados de decisiones legales, era una puerta de entrada a la multiplicidad de experiencias de mujeres y a la conexión entre ellas, lo más relevante fueron las reflexiones intelectuales y personales de quienes nos encontrábamos allí. Recuerdo escuchar a otras estudiantes contar como el miedo las embargaba en los salones de clase de la universidad, marcados por el poder patriarcal, y cómo tenían que tomar pastillas para poder manejar la ansiedad y el temblor físico a la hora de hablar en público. Recuerdo la libertad interior que experimenté cuando hablamos de feminismo sexo-positivo, y la búsqueda y la celebración del placer a través de nuestra corporalidad. No eran experiencias personales aisladas, sino la reiteración de patrones que se habían ido identificando y conectando entre mujeres diversas. Las palabras en los textos y las de quienes participaban en la clase, acerca de las vivencias cambiaron para siempre mi manera de aproximarme al mundo y de habitarlo materialmente como feminista.
Y es ahí donde encuentro el valor de las teorías feministas, en lo personal, en el cuerpo, en la encarnación de emociones que muches vivimos, sentimos, y exploramos. Un aprendizaje que nos atraviesa. No solo una teoría como la de Hobbes, al parecer objetiva y externa de un Leviathan que gobierna la maldad entre los hombres, sino precisamente una teoría creada a partir de las subjetividades que nos conectan en nuestra humanidad. Porque cuando leemos a una MacKinnon que nos habla de la dominación a través de la sexualidad, ella crea teoría a través de la multiplicidad de experiencias, y muches sentimos el dolor emocional y el recuerdo físico de los abusos y acosos sufridos y encarnamos esa teoría. Y cuando leemos a Hochschild sobre el segundo turno y el trabajo de cuidado que recae sobre nosotras con base en historias de mujeres sobre sus propias vidas, es imposible alejarnos de las injusticias domésticas que hemos sufrido cuando desde niñas nos ponían a lavar los platos con nuestras propias manos mientras los hombres de la casa descansaban sus cuerpos y mentes viendo fútbol. Tal vez no es único de la teoría feminista esta conexión entre cuerpo y la mente, pero sí ha sido para mí la puerta de entrada.
Desde el Grupo de Derecho y Género y el Área de Teoría Jurídica lanzamos el ciclo de lecturas en homenaje a bell hooks. Para mí, el eje de este ciclo y la razón por la cual estoy tan interesada en difundir, discutir, y coordinar es precisamente la visión de hooks sobre enseñar y pensar con el cuerpo. Como dice Marta Malo, hooks “involucra […]todo el cuerpo en la acción, el suyo propio y el del resto de los estudiantes. Convocando las vivencias y las emociones”[3]. En esta medida, en su enseñanza del feminismo y el antirracismo, hooks desafía esta separación mente-cuerpo que está en el eje del pensamiento occidental, y que es lo que nos han enseñado que es “verdadera” teoría.
En mi forma de enseñar feminismo, pero también otras materias de derecho, está inscrita la lucha de hooks. Quiero, a través de este ciclo, conversar sobre la creación de teoría a partir de las experiencias y emociones encarnadas. hooks me inspira para promover una educación como práctica de libertad y que valore los conocimientos situados. Un tipo de educación en el que más allá de aprender teoría y normas legales en el sentido tradicional y abstracto, nos conectemos con la persona que somos, con nuestra historia de vida, con las de los grupos con los cuales realizamos investigación, y con ello reconozcamos nuestra humanidad y la de otras personas con las que compartimos este planeta. Sigo esforzándome para que el salón de clase sea un lugar de experimentación, de vulnerabilidad y que ofrezca a las y los estudiantes, no sólo la oportunidad de convertirse en abogados, sino también de brindarles, como propone hooks, una comunidad emocionante para que se construyan realmente como seres integrales y conectados con su entorno.
[1] Profesora Asistente Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes. Lidera el grupo de Investigación en Derecho y Género.
[2] hooks, bell, “Enseñar a Transgredir: La educación como práctica de la libertad”, Capitan Swing, 81.
[3] Ibid. P. 12.