“aquel que no conoce su historia, está condenado a repetirla”
En nuestra sociedad existe la duda persistente respecto de dónde han salido los conceptos, los principios y aspectos que envuelven a la mujer y aquello que se entiende por correcto. En efecto, se han utilizado diversas herramientas para definir el rol de la misma y aquellos espacios sociales que quedaban relegados a ella. En particular, un instrumento central a lo largo de los años ha sido el Derecho, el cual como consecuencia de la vida en sociedad ha reflejado las necesidades primordiales de cada época y el lugar de cada sujeto.
Debido a esto, es importante en concreto el desglose del Derecho Romano, ya que las reglamentaciones que rigieron a las primeras sociedades demuestran tanto el interés general como también aquellos comportamientos que eran considerados correctos y así esperados por la sociedad. Siendo así, que este sucinto análisis se centra en el juego dual que hacen las normas, tanto para mantener el orden público general, como para delimitar ciertos aspectos privados de cada uno de los individuos pertenecientes a la comunidad. Entendiendo que las cualidades y los lugares que dejaron reservados para la mujer no fueron determinados por una mera coincidencia, sino que delimitaron su desarrollo y rol, constituyendo como propios y naturales principios que le convenían tanto a la sociedad de aquella época como a la actual.
En principio, el modelo de mujer adecuado se ha basado en historias hitos de la fundación de Roma. En donde, se identifica en su mayoría un rol pasivo que roza lo secundario dentro de la vida en comunidad. Su lugar se correspondía con lo privado: el hogar, la crianza y el cuidado de los niños; relegando así su aspecto público. Además de que, entre las mismas fuentes de estudio, poco se encuentra destacado de las mujeres y “su voz”. En particular los textos latinos tienden o bien a descalificar el habla de las mujeres o bien a celebrar su silencio[1], ya que esto mismo se presenta como rasgo constitutivo del estereotipo positivo de mujer obediente y respetuosa de los principios y costumbres, además de facilitar la objetualización de la misma.
Un ejemplo de esto es el rapto de las sabinas, episodio mitológico que constituye parte de la historia de la fundación de Roma, donde se refleja la objetualización de la mujer que se confina a un mero instrumento a disposición del hombre. Ovidio,[2] al narrar el episodio relata que los soldados de Rómulo “señalaban con los ojos la joven que para sí codiciaban, y revolvían muchos proyectos en su pecho”[3], y al momento del violento secuestro donde se las arranca de la seguridad de sus familias para tomarlas como esposas, se añade que “el terror mismo tuvo el poder de hacer hermosas a muchas”[4]. El desarrollo del episodio cuenta cómo las mismas son tratadas como una herramienta para poder traer al mundo a los guerreros romanos, y concluye con ellas aceptando su destino. Sumisas y relegadas al labor designado, siendo que se enfrentan a sus propios padres quienes vienen a su rescate, solo para servir a sus esposos como matronas entendiendo esto como un deber.
Es recurrente en estos primeros vestigios del modelo ideal de mujer que nos brinda el derecho romano, encontrar en las mujeres respetables moralmente cualidades como: la bondad, la prudencia o la delicadeza; haciendo de estas capacidades intrínsecas de la mujer. Personajes tales como el de Lucrecia[5] han relegado su propia vida a cumplir con estos atributos, priorizando su sumisión, pudicitia y su papel de univira como ejemplo moralizante.
Mientras que el “anti-modelo” – el cual no merece respeto social alguno- es aquel que presenta poder, voz, o que sale de su lugar determinado, adjudicándole falta de virtudes y comparándola negativamente con aspectos masculinos. Esto se plasma en personajes como el de Dido[6] en el cual su poder de raciocinio, su fortaleza de ánimo, la justicia de su espíritu y otras tantas aptitudes sin ser colocadas al servicio de un hombre pierden su virtud y se alejan de las pautas de conducta de la «mujer- modelo». Además, de que estos personajes femeninos que demuestran independencia o que se alejan de lo regular tienen desenlaces fatales, que fomenta la creencia de que la mujer está dotada de una razón menor a la del hombre y además imperfecta, con debilidad moral, falta de equilibrio de la medida e incapacidad para controlar sus pasiones, frente a la capacidad masculina para lograrlo.
Conduciendo, directamente, a una división “natural” de los roles sociales, y al sometimiento de la mujer al hombre, para el cual queda reservada la acción de tutelarla, ya que al verse privada de la razón y de la capacidad de control, ha de permanecer en el ámbito de lo privado donde sus acciones sean fácilmente controlables y de una menor trascendencia, reduciéndose su rol social a la reproducción, conservación y cuidado del grupo familiar.
Este mensaje que las distintas obras dejan entrever es importante, porque si bien en la mayoría no se violenta físicamente a la mujer[7], relegar su personaje a cuestiones impuestas para su género es ejercer violencia sobre el modelo general que se implanta. Como define Pierre Bourdieu[8] la violencia simbólica se caracteriza porque transforma en naturales aquellas modalidades culturales que tienen por finalidad someter a un determinado grupo social, utilizando estrategias que han sido desarrolladas por aquellos que tienen el poder. Es decir, es una violencia que convierte en natural lo que es una práctica de desigualdad social. Siendo el objetivo de las distintas disposiciones del orden social, conseguir que las mujeres pierdan la autoestima y acepten la “inferioridad de su sexo” y la dominación masculina como hechos naturales, ligados a la biología, con la finalidad de hacerlas dependientes, sumisas, y obedientes al orden hegemónico patriarcal – el cual se ha servido de estas bases para con el correr de los años fomentar estas creencias y acrecentar la brecha de desigualdad entre los géneros -.
En conclusión, es por todo lo expuesto, que invito al estudio y al cuestionamiento de todas aquellas enseñanzas y prácticas que desde hace siglos se han establecido en la sociedad para con la mujer; las cuales se han asentado en distintas áreas tales como la literatura, la distribución laboral y el derecho, para establecer determinado lugar predilecto para las mismas. Comprendiendo que la mayoría de los aspectos de nuestra cultura encuentran su génesis en el pasado, siendo necesario estudiarlo y cuestionarlo para asentarnos en un sistema más igualitario que no favorezca a la prevalencia de ningún género sobre el otro.
*Estudiante de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Titulada bachiller-universitaria en Derecho, Estudiante de intercambio de la Universidad de los Andes y asistente de las cátedras Derecho romano y Derecho comercial.
[1]Palacios, Jimena. (2014). Miradas romanas sobre lo femenino: discurso, estereotipos y representación. Asparkía: investigació feminista. p.14.
[2] Publio Ovidio Nasón, poeta romano, nacido en Sulmona – ciudad de la comarca pelignia en la Italia central. Autor de obras tales como Amores, las Heroidas, el arte de amar, sobre la cosmética del rostro femenino y Los remedios contra el amor, entre otras.
[3] Ovidio. El arte de Amar. P. 8
[4] Cf. Am. I, nota 38.
[5] Lucrecia. Lucretia; m. c. 510 a. C. personaje perteneciente a la historia de la Antigua Roma, coetánea del último rey romano, Lucio Tarquinio el Soberbio. Era una patricia en la antigua Roma, hija del ilustre romano Espurio Lucrecio Tricipitino; contrajo matrimonio con Colatino. Fue víctima de una violación perpetrada por Sexto Tarquinio. Este ultraje y el posterior suicidio de Lucrecia, influyeron en la caída de la monarquía y en el establecimiento de la República.
[6] Dido. Mejor conocida como la reina cartaginesa, es uno de los personajes centrales de la Eneidad, famosa obra escrita por Virgilio. Virgilio en ella, describe a una reina que se asemeja más a las guerreras nómades de pueblos costeros – que se encontraban en el imaginario del pueblo – que a las matronas que se pretendían formar. La figura de este personaje trae consigo una fuerza, que era poco vista o casi nula en las mujeres, y esta era: el poder. Dido es una reina, una soberana, que tienea cargo un centenar de hombres, mujeres y niños que atienden a sus órdenes y la siguen con convicción.
[7] Aun así, hay veces donde se ha llegado a violentar a las mujeres y en los textos de la época se ve esto de forma adecuada, ya que consistía en el poder de corrección que tenían los hombres para con las mujeres. Esto refleja nuevamente este tipo de superioridad a la hora de tutelar el comportamiento de las mujeres.
[8] Bourdieu Pierre (1988). Espacio Social y Poder Simbólico. Cosas Dichas, Ed. Gedisa.